Los reptiles económicos

 FERNANDO ESTEVE MORA


Estaba leyendo El mundo de Odiseo  de M.I.Finley  y, como una de las diferencias más obvias entre el mundo de ahora y el de antes, me he tropezado una vez más con el bajo aprecio que las sociedades precapitalistas han tenido por la figura del comerciante, del mercader, del empresario/emprendedor económico, a diferencia del elevado valor social que le han dado al al aventurero, al militar, incluso al pirata, y en general  al empresario/emprendedor de la violencia, de la destrucción.

Esto no puede sino chocar de modo especial a  todos aquellos que, como me sucede a mí mismo,  han aprendido de Adam Smith acerca de las virtudes no sólo económicas, sino también cívicas, del intercambio, del chalaneo mercantil, de la compra y la venta, lo cual debería obviamente conducir al respeto por quienes se encargan de gestionar y difundir los intercambios.

 A fin de cuentas, y como lo dijo Montesquieu en "bon mot" definitivo, el "comercio dulcifica" (le doux commerce). Y está claro que hay una correlación histórica entre la expansión de los intercambios comerciales y la suavización de las costumbres, la civilización de las formas de vida. Sencillamente,  vendedores y compradores han de tratarse bien, educada y civilizadamente para que cada uno consiga sus fines. Si un vendedor trata mal, explota o humilla a sus clientes se queda sin ellos; y si un comprador engaña o estaba a su oferente, lo mismo.  Esta dulcificación de las costumbres de la que hablan los historiadores que se produce a partir del siglo XV no sería pues consecuencia de la educación o del desarrollo de los estados centralizados sino de la expansión de los mercados. Una consecuencia inesperada adicional del funcionamiento o actuación de la "mano invisible" del mercado. 

Y, sin embargo, y pese a ello y como es de sobra conocido, tal cosa, tal suavización y dulcificación de las costumbres sociales no se ha traducido en la estima o afecto social por sus en cierta medida responsables últimos: los mercaderes y empresarios, al menos o hasta hace relativamente bien poco. Los mercaderes, los empresarios, han podido ser envidiados o temidos por su riqueza, pero no han sido queridos o admirados por sus "proezas" o éxitos en los mercados. Y, por eso incluso los admirados  ejemplos actuales de los "oligarcas" de Silicon Valley, los Steve Jobs, los Elon Musk, los Bill Gates, los Zuckerman y demás, me parece que son más valorados socialmente por ser innovadores en la adopción de nuevas tecnologías o formas de hacer las cosas que por ser empresarios de éxito, o sea, por su éxito económico en su comercialización de las mismas. 

A veces se ha señalado que la explicación de esta desconsideración o desafecto por los empresarios quizás pudiera estar en la ética cristiana o, más explícitamente, la ética católica si queremos aceptar con Max Weber el papel del protestantismo en la valoración social de la riqueza: Recuérdese aquí aquello de los ricos, los camellos, los ojos de las agujas y el Paraíso. Pero tal hipótesis  casa mal con lo que nos cuenta Finley. Y es que ya los griegos de aquella época, de los siglos XI y X antes de Cristo, despreciaban a quienes se dedicaban al comercio, como por ejemplo los fenicios, “ilustres en la navegación, pero falaces” (Homero). 

Finlay subraya que “la piedra de toque de lo que era aceptable y de lo que no era, no estaba en el acto del trato comercial, sino en la situación social del comerciante y en su modo de hacer la transacción”. El desprecio al comerciante y a su forma de acumular riquezas venía de sus modos de proceder que eran considerados como engañososindirectos, frente a los modos directos de hacerse rico a través de la violencia directa, de la rapiña descarada, que como ya he apuntado ha sido  bien vista hasta tiempos recientes.

Y es que para la Economía Moral de las gentes, tanto las de entonces como las de ahora, los mercaderes, los comerciantes no hacen realmente nada, no crean nada, no transforman los productos en algo más valioso que es lo que hacen los auténticos productores (los que trabajan en auténticas empresas ya sean empresarios, managers y trabajadores) sino que se aprovechan de todos pues obtienen sus pingües beneficios de comprar barato (o sea, por debajo de su valor) a los productores de bienes y vender caro (o sea, por encima de su valor) a los consumidores.  O sea, que sus beneficios proceden de tretas, de malas artes, de su habilidad para engañar. Son  todos, en último término, fenicios y por tanto, (Homero dixit) falaces
.
Tal forma de valorar los comportamientos económicos de los comerciantes es -¿obviamente?- irracional por ineficiente, pero su permanencia histórica suscita la cuestión de si hay algo por debajo de esa desconsideración hacia el empresario mercantil, algo de tipo subhistórico o intrahistórico,  por así decirlo, algo que sólo desde la Antropología pueda quizás aprehenderse. 

Viene aquí bien al caso la tesis de Mary Douglas (en Purity and Danger) donde establece que en toda sociedad es aquello que ocupa las posiciones intermedias lo que es considerado monstruoso y por ende despreciable (¿se "explica" así el problema de los trans?). Lo ha sido siempre, por ejemplo, la serpiente que, sin patas como los peces, repta por la tierra en vez de andar o caminar. Y lo mismo cabe decir de las babosas, los gusanos, las larvas ...sencillamente "dan" para mucha gente -quizás la mayoría- asco porque no parecen no ser "ni una cosa ni otra".

Ahora bien ¿pudiera acaso ser la falta de aprecio o incluso el desprecio histórico por los mercaderes otro ejemplo de esa repulsión hacia lo ambiguo? A fin de cuentas, el mercader ni era un trabajador asociado o ligado a una tierra ni era un caballero o noble que usaba de la violencia también ligado a esa tierra, sino alguien que iba y venía, una suerte de  nómada indefinido sin una clara patria. A fin de cuentas, y como ya se ha dicho,  los comerciantes tampoco están entre los productores ni entre los consumidores, median o intermedian entre ellos. Y en cuanto a los banqueros, los intermediarios financieros, la cosa está aún más clara: dado que los coeficientes de caja (donde los hay) son mínimos (el 1%), el "dinero bancario" que crean es -para la gente- puro humo de pajas, un  engaño, que se sostiene por el mero hecho de que a la vez no vamos todos a retirar nuestros depósitos generándoles ¡pobrecitos! una situación de stress que puede llegar a todo un  ¡pánico bancario! y a una crisis de liquidez que exige de la aparición consoladora y reparadora de papá Estado

Y, puestos a seguir en la misma línea, si son los intermediarios -o sea, los que no son ni una cosa ni otra- los minusvalorados siempre, ¿será ello la causa última de la infravaloración social, de la poca estima o afecto de que gozan intermediarios y financieros? A fin de cuentas, los intermediarios ni son productores ni consumidores, son algo así como unos reptiles económicos. Serpientes o sabandijas del mundo económico.

(Un inciso: ¿soy yo el único que ha observado una vez y otra que cuando la "palma" algún
gran empresario o un banquero, o incluso alguien de sus familia, la gente, los parroquianos de los bares cuando oyen los obituarios ditirámbicos de los medios de comunicación, en vez de expresar  su acuerdo o manifestar  una mínima condolencia sólo musitan un despiadado "uno menos" o un "me alegro" o un "que le den" o un "se lo tenía merecido"? ¿Sorprendente? ¿Acaso -salvo algún ecologista- hay alguien que sienta la muerte de alguna víbora o de alguna babosa?)

Y, para concluir, no es nada extraño sino más bien lo habitual que uno acabe pareciéndose a la imagen que los demás tienen de uno, ¿será por ello que banqueros e intermediarios se parecen y actúan como la imagen que tenemos de ellos? No sé, pero cuando se sabe de algunas actuaciones que hay por debajo  de los procesos inflacionistas o de las repetidas crisis bancarias uno no puede dejar de recordar ese desprecio tradicional a los  reptiles económicos. Quizá se lo hayan ganado a pulso.

 

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